Una tarde de otoño, el sol estaba brillando, calentando la tierra. Juan y Marta decidieron que hacía un buen día para dar un paseo por el parque. Encontraron asientos debajo de un árbol grande y se besaron.
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- Te amo. – dijo Juan.
- Te amo. – respondió Marta.
Se besaron otra vez y se miraron el uno al otro. Marta miró sus manos.
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- ¿Qué tal? – preguntó Juan.
- Juan… Tengo una confesión. – dijo Marta. – No te he sido fiel. Tengo otro amante, no eres el único.
Juan se levantó enojado. Eso era predecible, pero algo extraño ocurrió. Los ojos de Juan cambiaron de color marrón al amarillo y sus uñas crecieron rápidamente. Marta lo miró con incredulidad. Entonces se enteró que por el furor, Juan estaba convirtiéndose en lobo.
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- ¿Juan? ¿Eres tú? – preguntó Marta.
- Sí, pero soy muy peligroso. Regresaré más tarde. – respondió Juan.
Corrió hacia los árboles del bosque. A medida que corría, crecía cada vez más. Toda su ropa se cayó de su cuerpo mientras escapaba de Marta. Aunque Marta le había roto el corazón con la confesión de que tenía otro amante, aún la amaba. Corría porque no quería poner a Marta en peligro.
Mientras tanto, accidentalmente pisó un botón que estaba debajo de las hojas de un lugar retirado y el botón causó que se produjera un ruido fuerte. Miró el botón con curiosidad. Inmediatamente, el suelo empezó a temblar. Juan había pisado el botón que inicia el Apocalipsis; el fin del mundo estaba llegando.
Un terremoto ocurrió, rompiendo la tierra por la mitad. Juan corrió a los asientos donde él y Marta habían estado sentados. Cuando llegó, vio que la tierra se rompió entre él y Marta.
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- ¡Juan! – gritó Marta.
- ¡Marta! – gritó más fuerte Juan.
En la parte de la tierra de Juan, empezó a llover, pero Juan sabía nadar porque era un lobo. Sin embargo, la parte de la tierra de Marta se incendió. La tierra no era la tierra – era el corazón de Juan que se había roto por la mitad. Juan podía vivir después de la tristeza, pero Marta no podía. Aunque Juan la amaba mucho, su angustia mató a Marta eventualmente.