Cuando el viento sopla por Auriana Leismer

En el pueblo del Calafate cerca del glaciar Perito Moreno, vivía una pareja joven. Mateo era un psicólogo de niños y Emilia era una investigadora en biología. A ambos a les encantaban sus trabajos casi tanto como se amaban uno al otro. Cada noche, Mateo decía a María sobre su día: sus teorías, sus pacientes y su viaje de regreso a casa. Emilia hacía lo mismo: se entusiasmaba con los nuevos descubrimientos de plantas y animales y sobre las canciones viejas que había escuchado en la radio del coche. A veces, en su hogar, después de la cena, miraban el atardecer desde el balcón. Juntos, la pareja vivía felizmente en su pueblo pequeño cerca del glaciar.  

Un día, después de la cena, el teléfono sonó. Emilia se levantó de su silla en el balcón, besó a Mateo y entró a la casa para contestar el teléfono. Mateo vio una sonrisa en la cara de Emilia y su brío creció. Emilia colgó el teléfono y regresó al balcón con una enorme sonrisa en su cara.

“¿Quién era?” Mateo preguntó con curiosidad.

“Nadie…” Emilia respondió con una sonrisa astuta.

“¡Dime por favor!” Mateo se arrodilló, puso sus manos juntas y le rogó.

Emilia rió y le dio la respuesta: “Era la oficina de mi trabajo. ¡Hay una oportunidad para mi viajar a Tierra del Fuego y estudiar los animales en el agua cerca de la costa!”

“¿En el mar?”

“Sí.”

“¿Es peligroso?”

“Sí, pero habrá equipos de seguridad. Estaré bien… ¡no te preocupes!”

Dos semanas después de la llamada, Emilia viajó a Tierra del Fuego. Mateo ayudó a Emilia a cargar el coche con su equipaje y él la llevó al aeropuerto. Antes de que Emilia dejara el coche, Mateo a miró a los ojos y le dijo, “Si me necesitas, estaré allí.”

“Yo sé. Recuerda mi amor, cuando sientas un soplo del viento, te tendré en mis pensamientos.” La pareja se besó y Emilia se fue. Emilia estaría en Tierra del Fuego durante cuatro meses y podría llamar a Mateo sólo una vez por semana porque la ubicación sería remota– Mateo tenía mucho miedo.

Pasó un mes y la investigación de los animales en Tierra del Fuego había sido productiva hasta ese punto. Emilia llamaba a Mateo cada viernes para explicar su investigación y expresar su amor por Mateo. Aunque Mateo la extrañaba, estaba orgulloso de Emilia y el trabajo que ella estaba haciendo.

Un viernes, el teléfono sonó en la casa de Calafate. Con entusiasmo, Mateo contestó: “¡Hola! ” La voz en el otro lado no era la voz de Emilia; era un colega. El equipo de submarinismo había fallado y Emilia se había ahogado. Mateo colgó el teléfono amargamente y fue al balcón para llorar. De repente, en el clímax de su angustia, sintió un soplo de viento. Con lágrimas en sus ojos, Mateo sonrió porque sabía que Emilia estaba con él.

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