Había una vez, en un reino hermoso con castillos, césped verde y jardines coloridos, el rey estaba a punto de ser coronado. Había dos princesas de tierras circundantes que estaban compitiendo por la corona: Ana y María.
El rey caminaba alrededor del castillo, preguntándose qué hacer.
Rey: (a su amigo) ¿Cómo voy a decidir con quién casarme? No las conozco.
Amigo: Tengo una idea. Esta noche puedes conocer a cada una de las jóvenes por separado.
Rey: Buena idea. Invitaré a cada una de las jóvenes a tomar una copa de vino para hablar, primero con María y luego con Ana.
María estaba caminando hacia el castillo.
María: Espero que el rey me escoja. Pero no siempre puedes confiar en los hombres para tomar las decisiones correctas…
Ella entró en el castillo y subió por la gran escalera de caracol. Cuando entró en la habitación había un lugar para el rey en la mesa y un lugar para ella, cada lugar con un vaso de vino.
Rey: Te ves hermosa.
María: Gracias, te ves muy guapo.
El rey le sirvió un vaso de vino.
Rey: ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
María: Me encanta leer y tocar el piano.
Los dos siguieron hablando durante una hora más o menos. Cuando ella se fue, pidió usar el baño. Al volver se dio cuenta de que la mesa fue puesta para Ana. Se coló y envenenó el vaso de Ana. Mientras ella bajó la escalera de caracol, camina junto al sobrino del rey, Juan.
Juan: Espero que tu noche haya sido buena. Adiós.
María: Gracias, adiós.
A la mañana siguiente, María se despertó con la voz de su madre.
Mamá: ¿Escuchaste las noticias?
María esperaba que su madre dijera que Ana estaba muerta.
María: ¿Qué?
Mamá: ¡El rey está muerto!
María: ¿Qué?
María estaba muy confundida.
Al día siguiente, el sobrino del rey, Juan, fue coronado en su lugar. En la coronación, Juan se acercó a María.
Juan: Sé lo que hiciste.
(María estaba confundió. ¿Cómo murió el rey?) Ella recordó pasar junto a Juan esa noche.
Juan: Creo que tu plan no funcionó de la manera que tú esperabas.
María: (¡Ella jadea, dándose cuenta de que Juan cambió las vasos!)