En el comienzo, creí que había cometido el crimen perfecto. Maté a una persona y necesitaba enterrarlo o esconderlo en algún lugar. Tenía el cadáver y me di cuento del plan perfecto. Decidí poner el cadáver en el mar, porque nadie lo encontraría allí. Una noche, llevé el cadáver a una playa solitaria y puse pesos pesados sobre el cadáver. Así, el cadáver se iría al fondo del mar. Después de que puse el cadáver en el mar, salí de la playa; pensé que nunca lo vería otra vez.