“Cuentan que Abderrahmán decidió fundar una ciudad que fuese la más hermosa del mundo, y para ello mandó llamar a una multitud de ingenieros, arquitectos y artistas de toda laya, a cuya cabeza estaba Kamaru-l-Akmar, el primero y más notable de los ingenieros de todos los reinos árabes.
Kamaru-l-Akmar prometió que en un año la ciudad estaría edificada, con sus alcázares, sus mezquitas y jardines más bellos que los de Lusa y Ecbatana y aun que los de Bagdad. Pero solicitó al califa que le permitiera construirla con entera libertad y fantasía y según sus propias ideas, y que no se dignase a verla sino una vez que estuviese concluida. Abderrahmán, sonriendo, accedió.
Al cabo del primer año, Kamaru-l-Akmar pidió otro año de prórroga, que el califa gustosamente le concedió. Esto se repitió varias veces. Así transcurrieron no menos de diez años. Hasta que Abderrahmán, encolerizado, decidió ir a investigar. Cuando llegó, una sonrisa le borró el ceño adusto.
–¡Es, en efecto, la más hermosa ciudad que han contemplado ojos mortales! –díjole a Kamaru-l-Akmar–. ¿Por qué no me avisaste que estaba concluida?
Kamaru-l-Akmar inclinó la frente y no se atrevió a confesarle al monarca que lo que estaba viendo eran los palacios y jardines que los artistas habían levantado para sí mismos, mientras estudiaban los planos de la futura ciudad.
Este fue el origen de Zahara, a orillas del Guadalete, joya en el turbante de Abderrahmán.
Pero Alá es el más sabio.