EL CAZADOR por César Altamirano
Siguiendo el rastro* que dejaba el muñeco en la tierra del patio, se podía llegar hasta el chico.
En la sierra, se había perdido la cuenta de los días que soplaba el norte*, persistente. Abajo y cerquita, el río, a punto de desaparición, era apenas un hilo cercado por arenas voraces que amenazaban tragarse las últimas gotas.
La tierra reseca, era polen* asentado sobre todas las cosas.
El hombre dejó descansar el hacha para recibir el mate y luego comentó: